Dicen los que saben que el mayor bien no es el dinero, sino el tiempo, aunque luego hay quien tiene el uno y malgasta el segundo en la holganza. No fue el caso de un amante de las Artes que quiso compartir el lujo de la contemplación de lo bello con los futuros visitantes de su palacete. Podríamos decir que el Museo Cerralbo es como la ciudad de Madrid, un lugar que hay que recorrer mirando a las alturas. Pero estaríamos faltando a la verdad, porque si en el Palacio del Marqués la lámpara de mezquita o los frescos que adornan los techos hacen alzar la vista a más de uno, incluso para toparse con una jícara de chocolate entre las nubes o al marqués, vestido con frac rojo……también hay que mirar con detenimiento los mosaicos que cubren los suelos de las 32 estancias del museo y agarrarse bien al pasamanos de la Escalera de Honor por la que uno puede descender cual protagonista de Downton Abbey. La recreación histórica del estilo de vida de la aristocracia de finales del XIX y principios del XX está tan lograda que el Museo Cerralbo fue merecedor del Premio de Patrimonio Cultural Hispania Nostra en 2008. Deteneos a contemplar la cubertería labrada en plata y oro en el Salón de Banquetes –donde nunca faltaban un buen cocido y un aromático arroz con leche-, aderezos femeninos, cajas metálicas de polvos de maquillaje o el espectacular jarrón de porcelana Urns con esas aves exóticas flanqueándolo…
Lo cierto es que en la que fuera residencia de Enrique de Aguilera y Gamboa no se ahorra en magnificencia –por algo fue en su época una de las primeras mansiones en contar con luz eléctrica y teléfono- y claro, el curioso no puede por menos que sobrecogerse ante la variedad de objetos que componen la colección, dispuestos con tal esmero que daría la sensación de que en cualquier momento el propietario fuera a cruzar la puerta para contarnos los últimos avances del ejército carlista. Quizá no tuviera buen ojo escogiendo bando por el que combatir, pero sí un gusto exquisito como recolector de las más de 50.000 piezas atesoradas en sus viajes.
Y como don Enrique era arqueólogo, aparte de las piezas estrictamente suntuarias que hacían más grata la vida del perfecto anfitrión y su mujer, en esa Cámara de las Maravillas que es el Cerralbo puede uno descubrir hasta chinerías en el respaldo de una silla, prueba del refinamiento del coleccionista, y además encuentros inesperados como Pauline en la playa o Hidrogenesse que, con sus conciertos han llenado sus salas de la música más actual, algo que sin duda habría aplaudido el mecenas de antaño. Y lo dejamos aquí, aunque otro día podemos contaros las actividades para niños con aplicaciones móviles como Musguide en las que el propio marqués se ofrece como cicerone para que los más pequeños se pierdan con él por sus pasillos y jardines.
Entretanto, disfrutad con esta visita virtual.